Indira Páez

Cuando tenía como cuatro años, mi mama me enseñó a jugar con letras en una pizarra magnética. Todo me resultaba fascinante… la A con sus dos paticas muy abiertas al pasar y yo sentada en las piernas de mi mamá en el patio de la casa de Puerto Cabello, con el fresco del amor en la cara… la E alzando los pies, y un mango que caía de la mata de al lado… la I y la O, una flaca y una gorda porque ya comió, I como mi nombre, una amarilla, una roja, otra verde, otra anaranjada como esos atardeceres de cerro en el Fortín Solano… y llegábamos mi mama y yo a la U, como la cuerda con que siempre saltas tú… y allí nos quedábamos, viéndonos a los ojos… y le agradezco mucho por ese amor por las letras que me persigue y que se ha convertido en una Gloria para mi… ahora yo trato de enseñarles a mis hijos los colores y las letras llenas de azúcar y alas, mientras me enseñan canciones y rien otra vez.