A finales de los años sesenta, la carretera “Unión” de Maracaibo aún ofrecía gentilmente su entorno y sus contornos para estimular la fabricación de sueños fantásticos, como lo haría cualquier otro mágico lugar del mundo. De aquella calle, el compositor y músico Rafel Greco hereda el placer de sentarse a escuchar los insectos. Allí descubre su passion por las pequeñas historias, adoptando la extraña manía de contarlas masticando las vocales.